¿Qué es lo más caro de emprender?

Regli Gómez

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Sólo te adelanto algo. Este artículo comienza en modo drama, pero al final da un giro que puede darnos un empujón necesario.
He soñado algo que me ha revuelto el corazón. Después de una conversación con una buena amiga, también autónoma, soñé que a ambas nos contrataban para un trabajo por cuenta ajena. No lo recuerdo con claridad. El caso es que ambas nos mirábamos así como pensando ¿Sólo tenemos que hacer esto?
Y es que claro, en pleno cierre de año, con diez millones de papeles, además de recibir llamadas, reunirte con clientes, preparar presupuestos, facturas, no poder enfermar porque no tenemos garantías,  la presión de tener que seguir adelante porque si cerramos el chiringuito no tenemos prestaciones y trabajar en sí, pensar en un trabajo donde sólo tienes que hacer tu trabajo, valga la redundancia, es como un paraíso.
Pero eso es lo de menos, o no. El caso es que hacía mucho que no me preguntaba si merece la pena  todo esto. Si este esfuerzo atroz cada día es rentable. Y no me refiero a un sistema que no sirve de paraguas a quienes tienen la llave del progreso del país, voy mucho más allá, me refiero a vivir.
Vivo  en una sociedad donde nos cuentan las maravillas de emprender, porque somos héroes. Y es verdad. Pero por contra nos tratan como felpudos que pisan cada día, cada vez con más fuerza. Y no quiero dramatizar con esto, porque seamos honestos, nadie dijo que la vida fuera justa.
Un hostelero de ojeras marcadas me contaba hace unos días que había perdido su familia por el camino, porque su vida había sido trabajar todo el día. Aún así ahí sigue intentándolo porque tenemos el chip de que no hay otra opción que tirar adelante. Pero lo peor es que ahora está solo.
Esta amiga, de más de 50 años entre sollozos, me mostró una foto de la foto de cuando era jovencita y me preguntó ¿Qué crees que me falta de ahí? La sonrisa. Joder ¡Es verdad! La ha hecho con su móvil porque se ha propuesto algo después de tanta lucha. Ya no se va a tomar su negocio como un ring donde todos los días se sale con los guantes de boxeo. El sistema es el que es, y mientras peleamos contra él, se nos olvida lo más importante de todo: VIVIR en MAYÚSCLAS. Sacar tiempo para la familia, pasear, hobbies y uno mismo porque al fin y al cabo ya que nuestro Estado no nos ayuda, nosotros tampoco a ellos, trabajaremos pero sin matarnos porque seamos sinceros, con estos impuestos y dificultades por ejemplo para contratar, no vamos a salir de pobres.
Y os voy a decir algo más que me contó y con lo que me sentí terríblemente identificada. Durante años ha vivido como ciega y luego como si tuviese un tapaojos de ésos que se les pone a los caballos que sólo permite mirar hacia adelante, buscando maneras de que los números cuadren y de que el negocio continúe para que el sistema le siga chupando la sangre. Desde que ha decidido quitarse ese antifaz, me decía que ve hasta su salón más grande.
¿Y hasta dónde quiero llegar con esto? Pues que sí, que muy bien, que emprender es apasionante para quienes tenemos otra cosa que no es sangre en las venas pero que hay algo que tenemos que asumir y es que el sistema no nos acompaña. Así que el enfoque de nuestra batalla y nuestra energías no debe focalizarse en luchar contra él sino en aceptarlo mientras contemplamos otras cosas maravillosas que nos están sucediendo. Al fin y al cabo, los pobres siempre seremos pobres y yo personalmente no voy a permitir que me roben mi mayor riqueza: mi tiempo y vida. Espero responder así a la pregunta del titular.
Posdata: Con esta actitud le generaremos menos riqueza a ese ente abstracto que se llama sistema y quizás es así como consigamos el cambio. Yo mientras tanto, voy a sonreír más que nunca. Te dejo la expresión gráfica que debemos experimentar cuando abrimos los ojos y descubrimos el mundo que nos rodea…
 

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