El 6 de mayo hará justo un año de mi primera crisis de pánico. Conduciendo de noche. Sola por carretera. En mi imaginación miles de escenarios catastróficos posibles paseando a velocidad de infarto en mi cerebro. El corazón me iba a mil. Al día siguiente no pude levantarme.
Venía de unos meses complicados, y no tenía ni idea de que se complicaría aún más. Una baja en septiembre, otra en marzo. Sentirme incapaz de seguir, pensar que quizá no estoy preparada para esta vida, y aun así resistirme. Resistirme a descansar, resistirme a aceptar que las cosas no son como las había planeado, sino como el universo, la vida, Dios, – o alguna fuerza desconocida- han dispuesto.
Nada que ver con lo que había ideado. O idealizado.
Hoy ya no tengo prisa por recuperarme. Estoy inmersa en lo que yo misma he llamado el proceso de deconstrucción de Reglitamari. He conectado mágicamente en flashback con mi niña interior, con su esencia pura, queriéndola recuperar a toda costa. Quería saborear su infinito de inocencia, de creatividad, de vulnerabilidad luminosa.
Hace poco, en este punto de inflexión que sin duda es el preludio de cambios, decidí rescatar fotos de mi yo de niña. Se las enseñé a Rocío, que me está acompañando en este proceso, y, sin querer, le dio un giro a todo.
—Sé que quieres recuperar a esa Regli —me dijo—, pero… ¿te has planteado qué pensaría ella, apoyada en la reja, si te viera ahora? ¡Lo estaría flipando! ¡Le encantaría quién eres y todo lo que has conseguido! ¡Y cómo es tu vida ahora!
Joder, es verdad, pensé.
A esa Regli le habrían encantado esas combinaciones imposibles y arriesgadas que te pones, como las que ella usaba para sus muñecas. Estaría orgullosa de todos los miedos que has superado, aunque aún te queden otros por vencer. Viéndote, sabría que también podrás con ellos.
Además, tienes una familia multiespecie preciosa: un hijo, dos gatos, un perro y un marido que te quiere y te acepta tal y como eres. En definitiva, un hogar lleno de paz y pelos.
—¿Y si la llevaras a la oficina? —me propuso Rocío—. ¡Fliparía!
¡Es verdad, joder!
Porque todo empezó como a ella le gustaba montar las casas de sus Barbies: con retales. Un trozo de madera, con una tela de la costura de mamá como cama, una caja de zapatos como armario… Y así, poco a poco, conseguía algo precioso. Como la Cenicienta en el desván, soñando y cantando con sus animalitos.
Papá me ayudó taaaanto en mis inicios… Cogimos muebles viejos, algunos rescatados de la basura y los tuneamos a mi manera. Así, poco a poco, monté mi primera oficina. Con cielo incluido en el techo, justo en el desván de un edificio de oficinas. ¿Casualidad, causalidad? Qué se yo.
Pero, en terapia trabajé hace años que, no quería un desván, que merezco un castillo. Ahora tengo mi propio local, transparente como me gustaría que fuésemos todos y, llena de colores. Eso sí, quedan piezas del desván porque siempre seré un poco cenicienta. O Rondanita, como diría mi tía Regli. Aquí cada rincón tiene color, vida y alma.
¿Y ahora qué?
Regli, ¿te quedas con la de ahora o con la de antes?
No lo sé.
Los puntos de vista se han fusionado.
La niña admira a la mujer. La mujer a la niña. Ambas se aman, se respetan, se admiran.
¿Entonces qué?
No lo sé.
Por ahora, me quedo en este momento. Mirando cómo ambas nos abrazamos.
Ahora sé que ella está orgullosa.
Y yo también.