Me llamo Sole y soy autónoma

Dicen que antes de Darwin se creía que las jirafas tenían el cuello largo porque lo estiraban, día tras día, generación tras generación, hasta alcanzar la copa de los árboles sin esfuerzo y sin pasar hambre.

Luego vino Darwin y lo cambió todo: no sobreviven quienes más se estiran, sino quienes mejor se adaptan.

Y sin embargo, aquí estamos. Autónomos. Estirándonos.
Hasta el cuello, hasta la espalda, hasta el alma.

La Jirasole es eso.
Una jirafa con cresta, gafas grandes y las cervicales al límite.
Una criatura híbrida entre el instinto de supervivencia y el hartazgo bien vestido.

El alter ego de Reglitamari, que un día dejó de estirarse para empezar a mirar de frente.

No nace para ser personaje, sino para ser altavoz.
No busca encajar en la estética del éxito, sino romper el discurso que nos vende que si no llegas, es que no te has organizado bien.

La Jirasole no cree en el coaching de palo ni en el capitalismo color pastel.

Cree en la verdad dicha con humor, en la crítica con estilazo, en el poder de compartir lo que incomoda.

Y sobre todo, cree que no estamos hechas para estar solas, aunque el sistema insista.

Habla de lo que pesa: la cuota, la culpa, la montaña rusa emocional de quien crea algo propio en un entorno que lo exprime.

Pero también habla de lo que salva: los vínculos, el humor, los días de mallas con dinosaurios, una Coca-Cola en la mano y Frida en el regazo.

La Jirasole gira, como los girasoles.
Mira siempre hacia donde haya un poco de luz.
Aunque duela. Aunque queme. Aunque cobre el IVA trimestral.

Bienvenida a su espacio.
Aquí no se venden fórmulas mágicas ni planners con glitter.
Aquí se cuenta lo que nadie quiere oír de boca de quienes lo viven.
Porque si hay algo que La Jirasole sabe es esto:
ser autónoma no es libertad. Es supervivencia con tacones.